Ir al contenido principal

Alamberse, un invento

Nos gusta hablar de Alamberse. Escribir de Alamberse. O Alan Verse. O Allan Berse. Etcétera. Y nos gusta porque nos gusta escribir. Reunirnos y darle cuerpo a este ente de once (doce, trece y siguen sumando) cabezas que se exprimen en la búsqueda de algo que ni nosotros sabemos qué es. Pero sabemos que existe. O lo intuimos. O, más fácil, lo inventamos. Para eso nos reunimos. Para escribir de nosotros, del pueblo, de nuestra infancia, de nuestros sueños y de nuestras alegrías. De los recuerdos y de nuestras tristezas.
Nos juntamos para darle vida a Alamberse, un escritor de un glorioso pasado y promisorio futuro. Ya muerto, siglos atrás. Y que todavía no nació. O mejor dicho, que se reinventa todos los martes a las dieciocho y fluye entre los mates y los bizcochitos. La obra de un escritor formidable, que se va desarrollando, desenrollando a medida que la lluvia golpea en los cristales de la sala Emma en la biblio. Y no es una imagen fácil. Si vivís desde hace más de dos meses en la Villa, seguro que al menos uno llovió.
Entonces, mejor que ver películas, con esta lluvia, es comentarlas. Hablar de lo que leímos. Lo que escuchamos. Y escuchar lo que Alamberse, en sus avatares sucesivos, va escribiendo. Nada más divertido. Si escribiste algo, venite. Si querés escuchar lo que escribimos, venite. O te vas a quedar mirando la lluvia y viendo la tele, que siempre dice lo mismo?


Cachave

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cadáver Exquisito 2: La Mariposa y el Dragón (Por María Viegas, Facundo Bocanegra, Cecilia Fresco y Diego Reis)

Había una vez, en un país lejano, un gran castillo dorado. A su alrededor, como en casi todos los castillos de los cuentos, había un profundo foso de aguas turbias que desembocaban en un pequeño arroyo más allá de las laderas de un monte cercano. El monte era pedregoso, lleno de bonitos árboles azules aunque no tenía caminos, ni para aquí ni para allá. Nadie sabía qué había del otro lado del monte, y nadie era tan curioso como para averiguarlo. La gente del castillo estaba tan ocupada que no tenía tiempo de andar viendo qué otras cosas sucedían en el mundo, más allá de sus propios portones con rejas de oro. El dueño del castillo, que no era rey ni conde, pero era muy serio y con bigotes, estaba siempre escribiendo cosas difíciles en un gran cuaderno de hojas de plata. Su señora esposa, que no era reina ni condes, pero estaba todo el día probándose peinados y peinetas, tomaba largos tés en teteras de porcelana mirando a los ruiseñores que adornaban las jaulas de los jardines. ...

EL CADÁVER EXQUISITO DE ALLAN VERSE – IN MEMORIAN / Por Vivi Núñez

  Advertencia: todo lo abajo escrito es la verdad, parece... *** Así como hay quienes gustan de embarrarse, putearse, lesionarse corriendo tras una pelota, quienes atraviesan arroyos helados, sotobosque, cumbres, exponiéndose a fracturas, calambres y deshidratación para llegar a una meta, o quienes se sientan durante horas esperando que su oponente haga un movimiento, también existe por el amor al lápiz deslizándose sobre la hoja o el teclado marcándola, creando historias, contando, diciendo, un grupo literario en Villa La Angostura. Definir a Allan Verse es tan improbable como inútil. No puede decirse por ejemplo que se trata de un conjunto estable de participantes. Desde su origen incierto, por cierto, no ha sido otra cosa que un receptáculo de des-miembros aleatorios, ambulantes, inestables. Un cuerpo desmembrado. Ovillos de tendones, arterias, nervios. Se ha dicho ya que su nombre goza de ninguna inscripción en actas bautismales. Lo que deja su identidad gráfica a merced ...

El ahogado

Lo descubrieron una tarde de abril. Lo delató la nube de insectos, flotando a un palmo del río. Todavía conservaba sus ropas, florecidas de su estancia submarina. Nadie lo conocía, pero todos creían recordarlo. Su cuerpo, robusto como un niño ballena, sonriente y húmedo, se obstinaba en permanecer flotando. No quería abandonar el agua. Durante horas, una escuadra de buzos  y bomberos trabajaron para retirarlo, hasta que finalmente, al abrigo de los reflectores municipales instalados no tanto para iluminar el rescate como para enmarcar la feria que ya se había formado en las inmediaciones del muelle, lograron retirarlo. Aunque a esa hora, ya había pasado a ser casi anecdótico. La fiesta estaba en su apogeo y a nadie le importó dónde habían dejado el cuerpo, si en la morgue, el hospital o el cuartel. Rodeados por la muchedumbre cordial, todos se dejaban abrazar y festejar al calor de las copas hasta el amanecer, olvidados del origen de la fiesta. Muchas horas después, el so...