Nos
gusta hablar de Alamberse. Escribir de Alamberse. O Alan Verse. O Allan Berse.
Etcétera. Y nos gusta porque nos gusta escribir. Reunirnos y darle cuerpo a
este ente de once (doce, trece y siguen sumando) cabezas que se exprimen en la
búsqueda de algo que ni nosotros sabemos qué es. Pero sabemos que existe. O lo
intuimos. O, más fácil, lo inventamos. Para eso nos reunimos. Para escribir de nosotros,
del pueblo, de nuestra infancia, de nuestros sueños y de nuestras alegrías. De
los recuerdos y de nuestras tristezas.
Nos
juntamos para darle vida a Alamberse, un escritor de un glorioso pasado y
promisorio futuro. Ya muerto, siglos atrás. Y que todavía no nació. O mejor
dicho, que se reinventa todos los martes a las dieciocho y fluye entre los
mates y los bizcochitos. La obra de un escritor formidable, que se va
desarrollando, desenrollando a medida que la lluvia golpea en los cristales de
la sala Emma en la biblio. Y no es una imagen fácil. Si vivís desde hace más de
dos meses en la Villa, seguro que al menos uno llovió.
Entonces,
mejor que ver películas, con esta lluvia, es comentarlas. Hablar de lo que
leímos. Lo que escuchamos. Y escuchar lo que Alamberse, en sus avatares
sucesivos, va escribiendo. Nada más divertido. Si escribiste algo, venite. Si
querés escuchar lo que escribimos, venite. O te vas a quedar mirando la lluvia
y viendo la tele, que siempre dice lo mismo?
Cachave
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