La primera vez que Alan Verse se
subió a un caballo fue por necesidad. Estaba varado en México,
ciudad a la que había sido invitado para dar cinco conferencias
sobre su obra, y a la que acudió gracias al reciente cobro de la
herencia de su tía Eduvijes. La herencia apenas le alcanzó para
comprar un pasaje de ida, al llegar, los organizadores le dijeron que
había habido un error, que las conferencias eran sobre arquitectura
naval y que el verdaderamente citado era Allan Vesre, conocido
navalista ruso. Dicho esto le cerraron la puerta en la cara, nadie
escuchó sus quejas ni solicitudes y fue expulsado a la calle sin
explicaciones, ni indemnizaciones, ni el más miserable sánguche de
miga. Luego de ingerir varios restos de tacos que los transeúntes
abandonaban en la plaza (a quienes, cuando los veía empezar a comer
les rogaba: “menos chile, wey”, pero ni modo) y animado por la
profesión de su afortunado casi homónimo, se alistó en un crucero
a San Lucas. Compró un potente filtro solar, suponiendo que
necesitaría protección en la lujosa cubierta, pero no alcanzó ni a
abrirlo, porque se pasó todo el trayecto pelando papas en la cocina.
Cuando llegó se desayunó con la noticia (la noticia y un vaso de
agua porque su úlcera no podía soportar un gramo más de picante)
de que en la ciudad se estaba filmando la película Troya. Luego de
que le negaran el papel de extra entre los levantadores de pesas
búlgaros, y sin desanimarse, fiel a su carácter emprendedor, rogó
que al menos le dieran un papel cualquiera. Le dieron un papel
cualquiera para limpiarse la cara (donde anotó las primeras líneas
de su futura gran obra basada en sus desafortunados recientes
sucesos) y un papel como extra dentro de la panza del afamado
caballo. La experiencia resultó ser menos glamorosa de lo esperado,
ya que compartir el interior de madera de ese bicho suponía estar
amontonado en el calor y la oscuridad con los otros sudorosos extras
y porque él fue uno de los últimos en salir del vientre traicionero
y nunca apareció en el film, que fue editado sin la imagen de su
agraciada figura.
Tampoco pudo recuperar el papel,
aparentemente extraviado en el interior del equino, con lo cual
perdió para siempre las palabras iniciales del principio de su
maravillosa futura gran obra (lo que explica el porqué nunca la
escribió). Tampoco pudo conocer a Brad Pitt, quien estaba ausente en
ese momento por haberse lesionado el talón de Aquiles haciendo su
papel de Aquiles.
De todas maneras, fiel a su optimismo y humildad
natural, hasta el día de hoy Alan repite: “yo soy el que subió al
caballo más grande del mundo”.
Texto: Cecilia Fresco
Ilustración: Escena de la película “Troya”
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