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Cadáver Exquisito 1 (Por Bernabé Arrighi, Diego Reis, Laura García Rodríguez, Cecilia Fresco, Facundo Bocanegra, Melina Pariente y Carlos Chávez)

INERTES EN LA NOCHE, UN GRUPO DE ÁRBOLES rodeaba a dos hombres que, insistentes, limpiaban una zona en el claro del bosque. Recientemente había nevado y el suelo estaba cubierto por una gran capa de nieve de unos noventa centímetros. Sólo se escuchaba el roce de sus ropas y de sus palas clavándose en el inmaculado colchón.
- Estévez, vamos a meterle pata, hermano - dijo Richard con impaciencia.
- Es que está muy frío - contestó Estévez, casi inaudible.
Richard clavó la pala en la nieve y lo observó fijo durante unos segundos.
-Boludo, querés cagar toda la movida- escupió con violencia- Nos van a hacer cagar a los dos. Dale, boludo, dale- gritó, marcando las últimas sílabas, y tomó nuevamente la pala.
Estévez, en ese momento, dio con la punta de la pala en el suelo. Recién ahora podían empezar a excavar realmente. Richard sacó un pequeño celular del bolsillo interno de la campera y miró la hora. Eran las 3 a.m.
LA TIERRA ESTABA MÁS DURA DE LO QUE ESPERABAN. Cuarenta minutos después todavía no habían pasado de la primera capa de medio metro. Una vez superada esa etapa, el trabajo fue más sencillo. Media hora más tarde, el pozo estaba completo: cóncavo y tibio, hospitalario.
Los dos suspiraron y se quedaron un largo rato doblados por el esfuerzo. Fueron emergiendo del pozo, recogieron las camperas (que se habían sacado al entrar en calor) y enfilaron para el jeep.
-Sos una máquina de hacer cagadas, Estévez- tiró Richard, al tiempo que le pegaba un palmazo en la nuca al otro-. Cómo carajo te vas a olvidar de cargarle nafta al jeep, boludo? Explicame.
Estévez escupió, saliva mezclada con sangre.
-Es diesel-volvió a toser-. Y no me olvidé: no sabía, que es muy distinto.
-No sabía: la excusa-estévez para todo- imita, parodia el tono, en falsete-: no sabía, no sabía…
El trecho era largo, trescientos, trescientos cincuenta metros. No habían encontrado un lugar apropiado más cercano para el pozo. Al llegar por fin, Richard se dirigió a la parte posterior del jeep y descorrió un poco la lona, lo mínimo indispensable para que asomaran esos ojos vidriosos, vacíos de vida.
-Estévezylaputamadrequeteremilparió- resopló-. Tenías que quemarlo, pajero. No te alcanzaba con pegarle un susto.
Estévez no dijo nada. Volvió a escupir (más saliva sanguinolenta). Buscó en todos los bolsillos de la campera y después en los del uniforme, hasta que encontró un pucho solitario. Lo prendió.
Richard seguía mirando esa cosa inmóvil, inerte. Estévez lo tapó de nuevo con la lona, en un gesto espontáneo, brusco. Una mueca de asco le envolvía el rostro.
-Era cuestión de tiempo- sentenció-. Ahora o después, es lo mismo – y agregó-: Y si no lo hacía yo, iba a ser cualquier otro.
Tiró el pucho lejos.
-Metele, que se nos va a venir encima el día.
Y se dispusieron a bajarlo, para llevarlo al pozo. Lo fueron arrimando, centímetro a centímetro, mitad cargando, mitad arrastrando, envuelto en la lona, dejando un delgado rastro de sangre en la nieve.

-SE ME PATINA EL HIJUEPUTA- Dijo Estévez limpiándose las manos en el pantalón.
-Dale, boludo, dale- escupió Richard entre dientes.
El último esfuerzo los dejó sin aliento. Recordarían luego el sonido seco del cuerpo al golpear en el pozo, y al girarse la nieve y un hilo rojo como testigo. Vuelta a doblarse sobre las palas. Sólo el sonido rítmico de la tierra cayendo.
Richard miró nuevamente la hora en el celular. Eran las cinco. Si le metemos pata… pensó pero no llegó a definir la idea. Volvieron sobre sus pasos borrando las huellas.
-No va a seguir nevando- dijo Estévez mirando la aparición de algunas estrellas.
-No me preocupa eso ¿Hasta dónde llegamos con lo que queda  de nafta?
-Diesel- acotó Estévez con precisión.
-Lo que sea. ¿Hasta lo del Pire llegamos?
Estévez alzó sus hombros en un gesto infantil.
-Nunca sabés nada- dijo Richard pero lo dijo casi para él, cansado.
Se subieron al jeep y avanzaron quebrando el silencio de la noche.

LA LUNA SE ACOMODÓ POR ENTRE LAS NUBES que huían, aunque no corría viento el grupo de árboles se agitó y dejó caer la nieve acumulada en sus ramas sobre el pozo recién tapado. Volvió a blanquear la zona que había quedado manchada de tierra. Estévez lo vio por el retrovisor y pensó que los árboles lo hacían a propósito, para que la montaña de nieve caída quedara señalando el lugar justo en donde habían tirado al profesor.
-La nieve se derrite, boludo, no van a quedar huellas. ¿Podés dejar de mirar por el espejito y ver cuántos quilómetros nos quedan con esta camioneta de mierda? Podrías haber conseguido algo mejor, nos van a hacer cagar a los dos si no llegamos antes de las nueve.- Richard amagó a darle otro palmazo pero se quedó con la mano a medio camino. Estévez maniobró tratando de que el jeep no patinara en el camino de acceso, consiguió subir a la ruta y se relajó contra el respaldo.
-Yo no le tenía bronca al tipo- dijo tratando de parecer indiferente- pero me iba a reconocer, además quién lo mandó a meterse ahí, parecía tranquilo, no tenía nada que hacer ahí.
-Y ahora te agarra el remordimiento, pelotudo, yo no sé a quién se le ocurrió mandarte a hacer esta movida conmigo, ¿me podés decir hasta dónde llegamos antes de que se acabe la nafta?
Antes de que Estévez le pudiera repetir que el vehículo funcionaba con diesel lo cegó un reflector ubicado en el medio de la ruta. Con la frenada patinó y tiró un cono de tránsito. Cuando abrió la ventanilla todavía estaba encandilado como una liebre.
-¿Cómo se le ocurre salir a esta hora con este clima, no ve que está helando encima de la nevada? Para continuar tiene que poner cadenas, si no tiene que volverse. ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde va?
Estévez no alcanzó a darse cuenta si era gendarme o policía, era mujer, eso seguro: debajo de ese uniforme térmico había una mujer apuntándolo con una linterna.
…Del parador del cerro El gato- dijo Richard sereno, al mismo tiempo que Estévez tartamudeaba –De la bahía Bombero Esquivel. El odio de Richard retumbó en el interior del jeep.
-Oríllese y apague el motor, dijo la mujer. Rodeó el vehículo poniendo todos sus sentidos alerta, algo no estaba bien, se detuvo, iluminó la patente y accionó su radio.
-Aquí la oficial Capalbo, solicito información sobre la siguiente matrícula: BIN 600, repito, solicito información sobre la matrícula B-I-N-6-0-0.
Quedate quieto, hijo de puta, le dijo Richard a Estévez mordiendo con rabia cada una de las palabras, Estévez no paraba de temblar y su cara se había transformado en una convención de tics. Por fortuna la oficial regresó completando la vuelta al jeep, y ahora la liebre encandilada era Richard, que agachó un poco la cabeza entrecerrando los ojos inocentemente como expresando el repudio a la luz cegadora.
-Usted, baje del vehículo, desate las lonas que cubren la parte trasera, la voz de la oficial había adquirido otro tono, y la linterna ya no era el único objeto que apuntaba, con la mano derecha sostenía su arma reglamentaria que vacilaba entre los dos sospechosos como un péndulo desenfrenado. Richard no dudó –Tranquila, oficial, no hay porqué alarmarse, abrió la puerta y antes de bajar observó en la punta de su botín izquierdo gotas de sangre fresca, experimentó cierto placer, una especie de poder que le concedía el hecho de conocer la situación, de saber muy bien que habían cometido un crimen, que habían matado a sangre fría y eliminado todas las evidencias, o al menos eso creyó en ese momento.
La oficial se acercó con desconfianza iluminando la parte trasera de la camioneta. Nada.
-¿Vió? No había nada, oficial- le dijo Richard haciéndose el gracioso mientras ocultaba sus botas con manchas de sangre al costado de la rueda.
-¿Usted no sabrá dónde hay una estación de servicio?- le preguntó Estévez intentando seguir con el desvío de atención.
-No- dijo la oficial, seca. Y ahí terminó la charla. Les devolvió los papeles y les hizo señas para que se vayan. No emitió más sonidos. Enmudeció la oficial.
-Sos un boludo, Richard- le dijo Estévez severo -¿te podés ir limpiando esas botas o querés esperar a que nos paren de vuelta?- agregó, mientras bajaba la ventanilla para escupir con más sangre que antes, calcula mal la distancia así que toda la sangre de la flema queda chorreando por la puerta del jeep.
Ya empieza a amanecer y se levanta la niebla. Ahí al costado de la ruta aparece un ciervito. –Un ciervito, mirá- dice Richard. –No son ciervos- aclara Estévez y se termina la charla.
La radio no sintoniza nada, no se sabe si es el horario o es el lugar de la ruta.
Sonido de estática –White noise- dice Richard haciéndose el americano -¿No viste la película? Los muertos tiran mensajes ocultos en esas descargas. Ruido blanco que le dicen- cuenta Richard intentando sacar charla. De repente se termina el ruido blanco abruptamente y empieza a sonar La Bamba con la voz de antaño de Ritchie Valens, parece una radio de otra época. El sol se va levantando pero todavía no se llega a ver bien adelante en la ruta.
De pronto Estévez clava los frenos, Richard latiguea con su cabeza, el jeep tira un airbag que nadie sabía ni que tenía. Una persona en el medio de la ruta.
-Es…-esboza una palabra Estévez y no le sale ni la voz-¿Cómo mierda está acá el profesor?- dice Richard con un terror tal que se le caen las lágrimas.
El tipo los mira fijo. Es el profesor. Sigue caminando como si nada y se pierde en una plantación de girasoles al costado de la ruta. Es justo el momento exacto en que el sol empieza a iluminar. Los girasoles giran, La Bamba suena. La niebla desaparece.


De pronto, salen del estado de estupor y parece que todo se pone en movimiento. Pero es un movimiento ralentizado, una cámara lenta que no se sabe si responde al mundo real o a una percepción especial. Richard estira el brazo como si quisiera agarrar el volante, Estévez no lo deja, no sabe porqué, pero no lo deja. Todo pasa muy rápido. Estévez no quiere que Richard toque el volante, a la vez que intenta ver el indicador de combustible. Es mejor salir de ahí cuanto antes. Pero el indicador, como es lógico, no marca nada, porque nunca, ni aún lleno, indica nada. Estévez lo sabe, pero en ese momento no lo recuerda. Richard sólo quiere pegar un volantazo, porque sabe que no hay tiempo. Sabe que no van a llegar antes de las nueve. Sabe que Estévez tiene los reflejos lentos, y que, distraído, sabe que no se dio cuenta que la niebla se disipó, tan repentinamente como, tal vez, vino. Adivina que debe estar, todavía, pensando si era o no el profesor; y por eso quiere dar el volantazo que Estévez, absurdamente no le permite, porque Estévez, como tantas cosas que no sabe, no ve tampoco el camión que, disparado por el hielo, avanza inexorable y perfecto, a ¿cientoveinte? EOZ, dice. EOZ400, qué cagada, piensa Richard, otra patente con número redondo.

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