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Llegó la hora (de Guillermo Levy) interpretado por María Ana González Villar


Acomodo los platos y copas en su estante. Seco mis manos con un trapo manchado y cuelgo el delantal.
Apresuro mi paso por el baño y sin pensar me visto con el uniforme de la noche.
Aplico de memoria cremas y delineados en mi rostro hasta ya no verme.
Salgo al pasillo y aspiro un viento caliente de tabaco, incienso, mirra y alcohol.
Oigo llantos de violines, citaras y grititos histéricos.
Miro el espejo del fondo oscuro y me asombro que esa sea yo.
Me acomodo el ensortijado peinado y descubro un corrimiento de rush, que ensancha y deforma mis labios. Sonrío y ensayo gestos provocativos.
Los velos se pegan a mis curvas y las copian, entreabiertos. Dejan ver apenas mi piel, como el interior de un higo blanco, maduro, perfumado y jugoso.
Trago saliva y mi lengua pide algo dulce. Me acaricio la boca con un roce de revés.
Mi vista se interrumpe con la cara del Turco que gesticula. Mueve nervioso las cejas con los ojos muy abiertos. Levanta las manos y las  mueve hacia abajo, deteniéndome y desaparece. Tengo que esperar.
Me siento en un banco y me aflojo, cansada. Dejo de pensar en el alquiler, en la olla del coscus que quedó destapada, en esa rosa blanca que se marchita en mi vaso… 
Me sumerjo en mí, soltando mis brazos y bajo la mirada. Otra vez me pierdo y vuelvo a flotar colgada de la balsa dada vuelta, en el infinito mar español. Sé que los demás están muertos. Los acordes lejanos parecen el soplar del viento del poniente empujándome al pasado. Las olas me envuelven y succionan. Arriba,  un implacable cielo negro estrellado sigue indiferente. No hay nadie más que yo. Estoy sola.
- ¡Nadia!- murmulla mi madre, mientras condimenta tabule en su cuenco verde. Huelo canela, coriandro, jengibres pasados por mortero. El techo de madera celeste, las sillas de paja, la luz tan intensa del desierto entra por la ventana abierta de la cocina y dibuja el mantel bordado…
-¡Nadia! ¿Estas lista?-  Grita el Turco dando una patada al banco.
- Aquí estoy esperando. No entiendo tu pregunta - contesto ausente y me paro insegura.
- Hoy es una noche muy importante con invitados especiales. Todos extranjeros. ¿Entiendes?- dice tomándome de las muñecas, apretándome con fuerza a cada palabra.
Me mira con ojos vidriosos acercándose y agrega: -¡Vamos mujer despiértate! ¡Han venido por ti!-
-¡No me importa de donde son! Son hombres y ya…Déjame hacer mi trabajo, imbécil.- digo en un susurro librándome de sus manos sucias de un tirón.
Desde el fondo lejano escucho los bongoes arrancar.
Algo me impulsa hacia el espejo y veo el futuro acercarse inexorable. Avanzo y con cada paso me transformo.
Siento caricias de seda en mis pechos. Mis caderas reviven, mi vientre se enciende y ese calor viaja por mi espalda. Una puntada me duele entre los ojos.
Me dejo conducir por una fuerza que me domina. Ese cuerpo que vive en mí queriendo ser.
Una vez más lo llamo a gozar libre de todo. El sabe hacerlo… siempre lo supo.
Ya nada me importa, todo queda atrás. Comienza mi regreso… soy la hembra que esos hombres esperan.
Me entrego a la música que me atraviesa, entrecierro mis ojos y un remolino de sensaciones me lleva como en un sueño.
Reconozco esa armonía de flautas que me llama irresistible y como una cobra del fondo de su canasto, voy saliendo a la luz, entrando al salón saturado de miradas de machos hambrientos.
Con cada ondulación de mi danza percibo la violenta energía que emanan, ciega de posesión, que todo puede destruir.
Ávidos… débiles… brutos ansiosos…perversos… enfermos…
Giro y giro, sensual, en esta danza absurda de seducción y locura, que mi mente controla al fin.
Y los pongo bajo mi voluntad, gimiendo de rodillas pidiendo placer de mí…derrotados.
 Porque aquí yo soy:
¡El Ama de la Noche!

Guillermo Levy

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