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Mostrando entradas de 2021

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 11)

Era un fatigado día de otoño, — ¡dije “otoño” y no están llorando! de esos en que el viento corre sin pausa y se lleva las palabras al galope. Imágenes, protuberancias del lenguaje para anticipar      paisaje                                                                                                 y clima inciertos.   Desde tempranito la multitud aclamaba el nombre de Allan, casi poeta (y casi todo) que había logrado conmover a las multitudes soltando sus textos en los bancos de esa misma plaza, en la que ahora era llevado a morir. “Si vivir es parpadear entre abismos, como creo, entonces mi condena hoy puede ser mi gloria cuando me duerma” y “cómo pesan las penas”, pensaba Allan, con la bola de acero en las manos y un aire más bien tristón.   En el centro de la escena estaba sin embargo el prócer, esculpido, montado a su corcel. "Estaba" -digo- porque, como a Allan, ya le quedaba poco. De pronto se oyeron c

El Día que Alan Verse se Subió a un Caballo (Escena 10)

Alan Verse se subió a un caballo por pura escasez de otros medios. Necesitaba trasladarse de Puerto San Julián a Buenos Aires. Como el patrón le adeudaba tres jornales, accedió (de mala gana) a prestarle como parte de saldar su deuda, un penco bien negrito, claro no le dio el mejor. De todas formas, Alan aceptó. En una fría mañana y con la helada por todos lados salió a enfrentar semejante periplo. ¿Qué llevaba? Lo puesto, algo de comida (muy poca), una frazada, una bolsa de dormir heredada de un sobrino, que aburguesado había dejado de lado todo tipo de aventuras campestres, una zapa y algo que sobresalía de las alforjas. Fue pasando por distintos pueblos y caseríos. Comía lo que cazaba, pero siempre se las arreglaba para mantener al menos dos comidas. Lo que nunca faltaba era algún tintorro, no sólo era lo que lo calentaba por las noches, también lo hacían soñar, le permitían no sentirse tan huérfano. Esos recuerdos lo hacían llorar y alegrar, todo al mismo tiempo. Ya en algunos

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 9)

No recuerdo con exactitud la vez que Alan Verse se aposentó en un caballo, pero me remonta a haberlo conocido en la cancha como "el equino Verse", apodo que se dice que él mismo se puso para evitar que lo llamen burro o cualquier otra injuria que manchase su nombre. A pesar de tener una patada fuerte su paso por el Deportivo Jacobacci fue breve, se encontró cara a cara con el hijo del comisario, joven promesa del deportivo, que se divertía gambeteando defensores hasta que "el equino" lo ajustició quebrando tibia y peroné. Haberle entrado así en un entrenamiento le fue imperdonable, sobre todo para el comisario que lo andaba buscando con no muy buenas intenciones y así fue como el joven Alan emprendió su exilio para empezar una nueva vida. El hambre y las pocas ganas de esquilar ovejas lo llevaron a Andacollo, lugar donde conoció al artista plástico Charles Ruprest, famoso por esculpir todo tipo de jabones. Así fue como Alan comenzó su carrera como modelo de es

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 8)

La primera vez que Alan Verse se subió a un caballo fue por necesidad. Estaba varado en México, ciudad a la que había sido invitado para dar cinco conferencias sobre su obra, y a la que acudió gracias al reciente cobro de la herencia de su tía Eduvijes. La herencia apenas le alcanzó para comprar un pasaje de ida, al llegar, los organizadores le dijeron que había habido un error, que las conferencias eran sobre arquitectura naval y que el verdaderamente citado era Allan Vesre, conocido navalista ruso. Dicho esto le cerraron la puerta en la cara, nadie escuchó sus quejas ni solicitudes y fue expulsado a la calle sin explicaciones, ni indemnizaciones, ni el más miserable sánguche de miga. Luego de ingerir varios restos de tacos que los transeúntes abandonaban en la plaza (a quienes, cuando los veía empezar a comer les rogaba: “menos chile, wey”, pero ni modo) y animado por la profesión de su afortunado casi homónimo, se alistó en un crucero a San Lucas. Compró un potente filtro solar, sup

El Día que Alan Verse se Subió a un Caballo (Escena 7)

Una sola vez Alan Verse se subió a un caballo, pero como él se consideraba a sí mismo un maestro trascendido, el caballo decidió que esa levísima carga, puro espíritu, merecía elevarse a los cielos..., y allá fue. Costó el despegue porque era la primera vez (otra vez) del caballo de intentar el vuelo..., surcaron un buen tramo despejado en pleno mediodía. Alan, aterrorizado no podía dirigir al noble animal, que -cada vez más gozoso- ascendía y ascendía..., finalmente la luz lo confundió y casi cegado, perdió altura a galope acelerado. Quiso la suerte, que su jinete, se despabilara y al ver una laguna allá abajo, tomara riendas en el asunto..., después del brusco chapuzón, el caballo nadó... Alan no sabía hacerlo. Y así, el más sabio de ambos completó su recorrido de la rueda sufriente, llevando a Alan a la orilla. Luego el cuadrúpedo se desmaterializó. No hubo testigos del histórico vuelo... Los sabios no dejan huellas. Texto: Noemí Cuenya Ilustración: “Whistlejacquet”, de George Stu

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 6)

Para cuando las ratas subieron al bote, el joven Allan estaba inconciente con media cara hundida en el agua arcillosa que juntaba el interior, eran tres los roedores, uno encaró la oreja izquierda del joven talento, por donde supieron entrar las mas complejas sinfonías de la época, que muy hábil supo descomponer en composiciones propias y las adulaciones más salvajes de inalcanzables doncellas, otra le hociqueó la cara y mordisqueó un pedazo de carne de un pómulo (se dice roer en verdad por eso son roedores), la tercera rata era la más curiosa, lo primero que hizo fue refregar el hocico bigotudo contra el miembro viril sobre la tela fina del traje que aun conservaba, porque esa noche Allan tuvo concierto, después de un movimiento fugaz se acercó a la boca y le mordió el labio, y la sangre que brotó pareció espantarla, una de las manos del joven escritor y compositor fue el destino final de la rata, quién diría que el triste deceso de su historia fuera ignorado por esa mano que dio vid

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 5)

Allan era séptimo hijo varón, por eso le tenían algo de respeto. Pero no tanto, por quien lo apadrinó. El padre había puesto una foto de Perón entre las ropas del niño el día del bautizo, porque pensó que eso quizás lo salvaría de las desgracias. Pero no fue así. Allan, además de séptimo descendiente, creció enano. Pero a pesar de sus escasos centímetros, a los dieciséis ya ostentaba pelo en pecho y músculos en los brazos y en sus piernas chuecas. Y como a todo chancho le llega su San Martín, una tarde, de pasadita nomás, de verla sentada abajo de un árbol pura fronda, leyendo, con su pelo largo y negro, se enamoró. Tanto se enamoró que necesitó crecer un metro, ahora, ese día, ese 17 de febrero, a las 2 de la tarde. Con ese andar medio bamboleante de los enanos rumbeó para el galpón. El caballo (que en realidad era una yegua) no dejaba que lo monte, como una premonición. Logró acorralarla, acercar la escalerita, acomodar la montura y subirse sin despeinarse. Al trote compadrito, pensó

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 4)

Allan Verse arrancó con eso de la cabalgada de muy pibe. La vieja (una Santa), conociendo el metejón del crío por montar la florida cabalgadura del petiso, sostenido sólo de sus crines brillosas y duras, apeado en el corcoveo desafiante del animal, terminó por ceder al capricho infantil y le compró un boleto de calesita. Allá iba el pequeño Allan, centauro en la pampa maderil y circular. Allá iba, ora brioso como su caballo al grito de ¡Leguizamo, solo! . Ora circunspecto, palito ladeado en el límite izquierdo de una boca desdeñosa rumiando que cuando tira el caballo adelante, el alma tira pa'trás. Ora descubriendo que por una cabeza de un noble potrillo, en que iba montada aquella coqueta y burlona mujer, es posible perder fama, amor y fortuna en una sola vuelta de calesita. La sortija brillaba en la mano femenina casi tanto como su sonrisa. Texto: Vivi Núñez Ilustración: Vikingo Global

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 3)

Hubo un día en que Allan se subió a un caballo. No un caballo caballo, pero caballo al fin. No sé si me explico, era por la época en que Allan andaba sin mucho dinero, changueando por ahí. En este caso quiso el destino llevarlo a la Plaza Roja de Rusia donde se encontraban en una mítica partida de ajedrez Karpov y Kasparov. La changa consistía en mover las piezas gigantes de ajedrez que estos dos geniales ajedrecistas indicaban. No es que Allan supiera mucho, pero con las coordenadas y los gestos del ruso Karpov se manejaba bastante bien. Karpov era un fiel defensor de los ideales comunistas, cosa que a Allan le simpatizaba. Sobre todo lo que le simpatizaba era llevar la contra a los aires Gorbachorianos que comenzaban a bramar con furor en esos tiempos. En eso, Kasparov ordena un movimiento magistral sobre el tablero dejando a Karpov en una situación apremiante. Allan, atento y perspicaz, saltó sobre la grupa del caballo negro y huyó entre las tropas de peones y alfiles blancos que se

El Día que Alan Verse se Subió al Caballo (Escena 2)

Eran los principios de 1960 y nadie esperaba lo que vendría en los próximos días. El joven o mejor dicho, lo que décadas más tarde se seguiría considerando joven Alan Verse decide abandonar sus estudios de Etnografía Comparada en la Sorbona y se traslada a Hamburgo siguiendo a una bella fotógrafa con la que había intentado iniciar un romance. Allí se integra rápidamente al circuito artístico de la ciudad viviendo una temporada en el club Kaiserkeller. Hay muchas versiones sobre ese largo año mágico y prácticamente indocumentado. Se dice que tocó la cítara en algunas presentaciones de los tempranos Beatles. Se dice que durante un tiempo vendió heroína, la droga que llamaban "caballo", mientras convivía con Charles Duchassois, a quien conocía de la Sorbona y que fue quien lo convenció de viajar a dedo a Nepal. Una parte de esto debe ser cierto, porque el viaje a Nepal existió y se sabe que más que a dedo fue a caballo. También se dice que la fotógrafa terminó siendo la novia d

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 1)

El día que Allan Verse se subió a un caballo debería ser declarado feriado nacional. O acaso provincial. O municipal, por lo menos. Porque el día que Allan Verse se subió a un caballo se sintió, instantáneamente, tautológicamente, un hombre « de a caballo ». S e imaginó dueño de la tierra, poseedor de cientos y de miles y de miríadas de hectáreas, se soñó jinete insomne reventando caballos, sabedor de que todas las leguas que pudiese recorrer en tantas horas serían suyas, como les fueron prometidas y regaladas a los conquistadores del populoso desierto. Seguida o simultáneamente, se apoderó de su espíritu una locura poética irrefrenable: un enloquecido fervor de poetizar en versos alejandrinos de arte mayor, esto es, con rima consonante y rimar « Argentina » con « golondrina » , «mayo» con «caballo», « vino » con « argentino » y « pollera » con « cordillera » y aprenderse de memoria El gaucho Martín Fierro íntegro y soliloquearlo en cada asado en cada fiesta patria. Se ti