No sé si por timidez, falta de previsión, o tentados por el olorcito de las empanadas que ya invadían el recinto, finalmente no leímos el texto con el que pensábamos (algunos, al menos) cerrar la velada. Aprovecho la ocasión para reproducirlo. Masomeno así:
Seguramente esta noche, como tantas otras, se diluirá
lentamente en nuestra memoria, y luego en la noche de los tiempos, pero es
bueno ver que, como venimos haciendo desde hace miles de años, todavía nos
juntamos para escuchar historias, para compartir sueños, para buscar respuestas
o, aunque sólo sea para entretenernos un rato apagando la tele y prendiendo la
cabeza.
Creo que un poco eso es lo que buscaba cuando empecé a venir
al taller. Un lugar que prenda cosas, que active circuitos. Un entrenamiento
cortical. Pero como decía antes, estas reuniones no son nada nuevas.
Hace doscientos años, en los alrededores del lago Ginebra,
en Suiza, un grupo de escritores se reunió en la casa de Lord Byron. No sé si
estaba programado o no, pero decidieron escribir cada uno un cuento y después
elegir el mejor.
Entre ellos estaba Mary Shelley, que esa noche escribió
Frankestein. Salvando las distancias, y sin entrar en comparaciones odiosas, nada
ha cambiado demasiado. Los temas siguen siendo casi los mismos. La creación, la
vida, la muerte, el amor. La tecnología
y su influencia en la vida de todos los días, la búsqueda de un mundo mejor, el
miedo al futuro.
Hablo de Frankestein, porque Allan Verse se le parece
bastante. Nacido en una reunión de escritores noveles a pesar de la edad, construimos
su vida con trozos de textos que vamos
escribiendo, un poco desordenadamente. Un día, es un poeta maldito. Otro día un
boxeador con agallas pero sin suerte. Aunque siempre es, sin dudas, un fino
cultor de la improvisación. En eso se parece a nosotros, sus torpes creadores y
a la vez también sus criaturas que, sin esperanzas de que nuestra voz se
escuche de acá a doscientos años, nos alcanza y sobra con que hayan venido a
compartir esta noche con nosotros.
Esta noche en que, más que nunca, es importante recordar que
no debemos creer todo lo que leemos.
Dos últimas cosas: están invitados. El año que viene, ya se
enterarán cuando volvamos a reunirnos. Vengan a escribir, que es lo mejor que
nos puede pasar.
Lo otro es agradecer especialmente a quienes nos ayudaron a
hacer posible esta presentación, y que se han ganado el dudoso mérito de ser
nombrados alamberses honorarios: gracias a las obras de Cecilia Gaviola, Paola
Camilotto, Ana, Joaquín Esquer y los pibes Miró, Magritte y Da Vinci, que
ilustran nuestros cuentos y poemas, a Alejandro Pitarch, diseñador; al Pelado
Sama, que aportó su música, al señor presentador Pancho Gordillo, a la lectora
y actriz Ana González Villar, a Haroldo, Iona, Cata y Pablo, nuestros hijos,
que colaboraron en distintas actividades, a Kika Pérez, fotógrafa oficial; a
los miembros del jurado, con perdón de la palabra y, por supuesto, a nuestros
main sponsors: la Biblioteca Popular Osvaldo Bayer y la Subsecretaría de
Cultura de la Municipalidad de Villa La Angostura, provincia del Neuquén,
República Argentina, Sudamérica.
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