La
genialidad no tiene límites. Atrincherado en la imaginación, el
polifacético aventurero Alan Verse dispara una vez más perdigones
de luz a los biombos de la ignorancia: “Soy un carroñero del
lenguaje”, vaticinó frente a lo que suponían una multitud, de
no haber sido por su presencia en el último Congreso de la Lengua.
“Al
despertar, sólo pienso en seguir durmiendo”:
con estas palabras inaugura su exposición titulada “Aquí
me ando soñando”, donde pone de manifiesto la importancia de
la somnolencia a la hora de abordar a creación artística. “He
de confesar que muchas de mis obras más representativas fueron
gestadas bajo el marco, de este, un estado de modorra”.
Comprendemos entonces que sólo un genio pudo dar a luz complejas
estructuras literarias con una pluma y una almohada.
“Persiguiendo
a Jodorowski”, “El roto y el descosido”, “Hay
merengue en Italia” son sólo algunos de los ejemplos que
distinguen la burda haraganería del talento innato y un estilo
propio y consolidado.
Periodista,
escritor, músico aficionado, irreverente detractor, Alan Verse
cuestiona incansablemente el régimen académico y pone en jaque a la
técnica exponiendo su inusual modo de trabajo con su obra “Levantate
infeli”.
Amamantado
por una tía del campo, tras el exilio de sus padres a Canadá, país
del que nunca regresarían, el pequeño Alan dio sus primeros pasos
entre cardos y guano de gallinas. “Como todo, todo comienza en
la infancia”, confiesa que fue conociendo desde muy temprano el
arduo sacrificio que demanda la vida rural: “Ví mis sueños
violentados desde que soy un pichón”.
Su
gran amigo y compañero Euclides “el Profe” Córdoba, deja
constancia de esta etapa amputada en su texto “Sueños de
Tacuara”, publicada en 1985 en el periódico “La
Improvisación”: “La
tía Maruca poco entendía de buenos modales”, dice y luego
describe minuciosamente cómo abordaba a su infante sobrino con
tacuarazos limpios antes de la salida del sol...
(Continuará?)...
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