Cadáver Exquisito 2: La Mariposa y el Dragón (Por María Viegas, Facundo Bocanegra, Cecilia Fresco y Diego Reis)
Había una vez, en un país lejano, un gran castillo dorado. A su alrededor, como en casi todos los castillos de los cuentos, había un profundo foso de aguas turbias que desembocaban en un pequeño arroyo más allá de las laderas de un monte cercano. El monte era pedregoso, lleno de bonitos árboles azules aunque no tenía caminos, ni para aquí ni para allá. Nadie sabía qué había del otro lado del monte, y nadie era tan curioso como para averiguarlo. La gente del castillo estaba tan ocupada que no tenía tiempo de andar viendo qué otras cosas sucedían en el mundo, más allá de sus propios portones con rejas de oro. El dueño del castillo, que no era rey ni conde, pero era muy serio y con bigotes, estaba siempre escribiendo cosas difíciles en un gran cuaderno de hojas de plata. Su señora esposa, que no era reina ni condes, pero estaba todo el día probándose peinados y peinetas, tomaba largos tés en teteras de porcelana mirando a los ruiseñores que adornaban las jaulas de los jardines.
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