Suya
Nidia dio los últimos toques de aerógrafo a la
varita de Mirinda. Cortó unas hilachas que salían del vestido y la hizo girar tomándola
del bonete, muy despacio.
La
recostó en su antebrazo y la observó de costado. Luego fijó sus ojos en
el calendario Maya de la pared.
Forzó su vista periférica para auscultarla,
buscando una posible aura de ese maniqueo objeto.
Las alas lilas propagaron en atmosféricas
siluetas de bordes difusos, extendiéndose en borrones interminables, nubes en
degradé que influenciaron el aire.
Un smog benigno se expandió en el taller.
Se emocionó inquietando su respiración. ¡Había
encontrado otra!
Se distrajo al creer ver una sonrisa en la boquita pintada.
Ingenua, cambió la mirada y se concentró en esos contornos carmesí. El rostro del hada
recién terminada fue trazos de pintura sobre hule rosa recortado. Vio simple
materia, tosca e inerte. Entidad inexistente.
Sonrió. Y sintió suya esa criatura absurda, fruto
de sus manos y su tiempo de vida.
La amó.
(Extraío de "Para ver hay que mirar", Adolfo Alberto Lanver. 1927-2003. Villa Adelina)
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