Apenas subimos a
la ruta, comenzó el alboroto. Pitu había manoteado algunas golosinas del kiosco
de la estación y mostraba su botín a los demás. El chofer y yo fuimos
anoticiados por los de adelante.
-Vamos a
devolverlos, dijo el chofer, y dio la vuelta.
El silencio duró
hasta que llegamos a la estación de servicio.
-Vamos Pitu,
dije. Y bajamos los dos.
Los muchachos
del kiosco nos miraron con sorpresa.
-¿Qué se
olvidaron?, preguntó el de la caja.
-Dale, dije, ¿a
que vinimos? El loco estaba pegado a mí.
-Vengo a dejar
esto que me llevé sin pagar. Estiró la mano con un paquete de pastillas y un
par de chicles.
Ahora los del
silencio eran los del kiosco.
-Gracias, atinó
a decir el cajero.
-Perdón, dijo Pitu.
-Disculpen,
buenas tardes, agregué yo, y salimos.
Caminamos
abrazados hasta el micro, el resto del equipo miraba por las ventanillas.
-muy bien, dije,
estuviste muy bien.
El loco subió a
contar su hazaña a los demás.
Ese año fue el
capitán del equipo. Takleaba como nadie, ponía siempre el corazón y era
propenso a los desbordes.
Foyel Lamberse
Bello minimalismo.
ResponderEliminar(En el caso de no devolver los chicles, maximalismo)