Ir al contenido principal

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 8)


La primera vez que Alan Verse se subió a un caballo fue por necesidad. Estaba varado en México, ciudad a la que había sido invitado para dar cinco conferencias sobre su obra, y a la que acudió gracias al reciente cobro de la herencia de su tía Eduvijes. La herencia apenas le alcanzó para comprar un pasaje de ida, al llegar, los organizadores le dijeron que había habido un error, que las conferencias eran sobre arquitectura naval y que el verdaderamente citado era Allan Vesre, conocido navalista ruso. Dicho esto le cerraron la puerta en la cara, nadie escuchó sus quejas ni solicitudes y fue expulsado a la calle sin explicaciones, ni indemnizaciones, ni el más miserable sánguche de miga. Luego de ingerir varios restos de tacos que los transeúntes abandonaban en la plaza (a quienes, cuando los veía empezar a comer les rogaba: “menos chile, wey”, pero ni modo) y animado por la profesión de su afortunado casi homónimo, se alistó en un crucero a San Lucas. Compró un potente filtro solar, suponiendo que necesitaría protección en la lujosa cubierta, pero no alcanzó ni a abrirlo, porque se pasó todo el trayecto pelando papas en la cocina. Cuando llegó se desayunó con la noticia (la noticia y un vaso de agua porque su úlcera no podía soportar un gramo más de picante) de que en la ciudad se estaba filmando la película Troya. Luego de que le negaran el papel de extra entre los levantadores de pesas búlgaros, y sin desanimarse, fiel a su carácter emprendedor, rogó que al menos le dieran un papel cualquiera. Le dieron un papel cualquiera para limpiarse la cara (donde anotó las primeras líneas de su futura gran obra basada en sus desafortunados recientes sucesos) y un papel como extra dentro de la panza del afamado caballo. La experiencia resultó ser menos glamorosa de lo esperado, ya que compartir el interior de madera de ese bicho suponía estar amontonado en el calor y la oscuridad con los otros sudorosos extras y porque él fue uno de los últimos en salir del vientre traicionero y nunca apareció en el film, que fue editado sin la imagen de su agraciada figura.

Tampoco pudo recuperar el papel, aparentemente extraviado en el interior del equino, con lo cual perdió para siempre las palabras iniciales del principio de su maravillosa futura gran obra (lo que explica el porqué nunca la escribió). Tampoco pudo conocer a Brad Pitt, quien estaba ausente en ese momento por haberse lesionado el talón de Aquiles haciendo su papel de Aquiles.
De todas maneras, fiel a su optimismo y humildad natural, hasta el día de hoy Alan repite: “yo soy el que subió al caballo más grande del mundo”.

Texto: Cecilia Fresco

Ilustración: Escena de la película “Troya”

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CADÁVER EXQUISITO DE ALLAN VERSE – IN MEMORIAN / Por Vivi Núñez

  Advertencia: todo lo abajo escrito es la verdad, parece... *** Así como hay quienes gustan de embarrarse, putearse, lesionarse corriendo tras una pelota, quienes atraviesan arroyos helados, sotobosque, cumbres, exponiéndose a fracturas, calambres y deshidratación para llegar a una meta, o quienes se sientan durante horas esperando que su oponente haga un movimiento, también existe por el amor al lápiz deslizándose sobre la hoja o el teclado marcándola, creando historias, contando, diciendo, un grupo literario en Villa La Angostura. Definir a Allan Verse es tan improbable como inútil. No puede decirse por ejemplo que se trata de un conjunto estable de participantes. Desde su origen incierto, por cierto, no ha sido otra cosa que un receptáculo de des-miembros aleatorios, ambulantes, inestables. Un cuerpo desmembrado. Ovillos de tendones, arterias, nervios. Se ha dicho ya que su nombre goza de ninguna inscripción en actas bautismales. Lo que deja su identidad gráfica a merced ...

Vadear sin querer

  E n marzo los días empiezan a acortarse y llegando abril el río baja bastante, aun así no es posible vadear la recta de Rincón Chico. Por bajo que esté el río, mantiene un canal y mantiene una potencia que obliga a nadar para cruzarlo. Lo sé porque tuve que cruzar una tarde, medio de noche ya, vestido de pescador, con la caña en la mano y una bronca infernal. Ese día llegué tarde al río, tarde y molesto. Apurado, bajé la balsa del tráiler, los bolsos, las cañas y estacioné el auto debajo de los mimbres. Terminé de darle presión a la balsa, cargué las cosas y crucé el río. Ya del otro lado me puse el wather, las botas, el chaleco, armé la caña, elegí la línea y me puse a buscar una mosca. No encontré la que quería y tuve que poner una parecida. Algo es algo. Serían las siete y media. Tenía luz hasta las nueve. La tarde era fría y calma, el Limay corría potente entre mis piernas. Empecé a lanzar la línea, el mal humor me molestaba como un tábano. Es que la idea había s...

Alamberse y el Test de Proust: Carlos Chávez

Hacia 1890, el escritor francés Marcel Proust, quien contaba apenas unos veinte abriles, respondió a un cuestionario que hoy figura en “Confidencias de salón” (París, Lesuer- Damby, editor, 19 Rue de Bourgogne. Álbum perteneciente a Edward Watermann). Raudamente, lo hemos rebautizado (nos gusta inaugurar cosas) como el “Test de Proust” . Ya compartimos en primera instancia las respuestas del joven Marcel: https://alamberse.blogspot.com/2020/05/alamberse-y-el-test-de-proust_29.html Ahora, en sucesivas ediciones, daremos nuestras propias respuestas a esas mismas preguntas. No lo hacemos para compararnos con Proust, nada más lejos de nuestras intenciones... En realidad, pensándolo bien, sí, lo hacemos para compararnos con Proust, aunque fuere siquiera en el terreno horizontal y vastamente visitado del género “Entrevista”. Enjoy! Hoy: Carlos Chávez. “ -¿El principal rasgo de mi carácter? -Iba a decir introvertido, pero veo que aparecen pusilánime y cobarde como sinónimos. ¿N...