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El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 11)


Era un fatigado día de otoño,

— ¡dije “otoño” y no están llorando!

de esos en que el viento corre sin

pausa y se lleva las palabras al

galope.

Imágenes,

protuberancias

del lenguaje para anticipar

    paisaje
                                                                                                y clima

inciertos.

 

Desde tempranito la multitud

aclamaba el nombre de Allan, casi

poeta (y casi todo) que había logrado

conmover a las multitudes soltando

sus textos en los bancos de esa

misma plaza, en la que ahora era

llevado a morir.


“Si vivir es parpadear entre abismos,

como creo, entonces mi condena hoy

puede ser mi gloria cuando me

duerma” y “cómo pesan las penas”,

pensaba Allan, con la bola de acero

en las manos y un aire más bien

tristón.
 
En el centro de la escena estaba sin

embargo el prócer, esculpido,

montado a su corcel.

"Estaba" -digo- porque, como a Allan,

ya le quedaba poco.


De pronto se oyeron chispazos, que

no es lo mismo que decir que se

vieron amoladoras despegando con

inédita precisión al hombre de hierro

de su montura. El prócer se fue al

tacho y Allan, entre ruegos de sus

vecinos  y declamaciones a viva voz,

fue coronado Empedreador.


La sorpresa de Allan fue de un

segundo absoluto pero la fiesta de

coronación duró eones, aunque aquel

día aún no se olvida.


Texto: Ariel E. García

Ilustración: Empedrado

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