Hubo un día en que Allan se subió
a un caballo. No un caballo caballo, pero caballo al fin. No sé si
me explico, era por la época en que Allan andaba sin mucho dinero,
changueando por ahí. En este caso quiso el destino llevarlo a la
Plaza Roja de Rusia donde se encontraban en una mítica partida de
ajedrez Karpov y Kasparov. La changa consistía en mover las piezas
gigantes de ajedrez que estos dos geniales ajedrecistas indicaban. No
es que Allan supiera mucho, pero con las coordenadas y los gestos del
ruso Karpov se manejaba bastante bien. Karpov era un fiel defensor de
los ideales comunistas, cosa que a Allan le simpatizaba. Sobre todo
lo que le simpatizaba era llevar la contra a los aires Gorbachorianos
que comenzaban a bramar con furor en esos tiempos. En eso, Kasparov
ordena un movimiento magistral sobre el tablero dejando a Karpov en
una situación apremiante. Allan, atento y perspicaz, saltó sobre la
grupa del caballo negro y huyó entre las tropas de peones y alfiles
blancos que se lanzaban como flechas en su camino. Huyó fiel a su
filosofía: mejor pájaro en mano que cien volando, incentivado por
los versos de Almafuerte que se repetían en su oído izquierdo:
retroceder nunca, rendirse jamás.
Texto: Laura García Rodríguez
Ilustración: Vikingo Global
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