Para cuando las ratas subieron al
bote, el joven Allan estaba inconciente con media cara hundida en el
agua arcillosa que juntaba el interior, eran tres los roedores, uno
encaró la oreja izquierda del joven talento, por donde supieron
entrar las mas complejas sinfonías de la época, que muy hábil supo
descomponer en composiciones propias y las adulaciones más salvajes
de inalcanzables doncellas, otra le hociqueó la cara y mordisqueó
un pedazo de carne de un pómulo (se dice roer en verdad por eso son
roedores), la tercera rata era la más curiosa, lo primero que hizo
fue refregar el hocico bigotudo contra el miembro viril sobre la tela
fina del traje que aun conservaba, porque esa noche Allan tuvo
concierto, después de un movimiento fugaz se acercó a la boca y le
mordió el labio, y la sangre que brotó pareció espantarla, una de
las manos del joven escritor y compositor fue el destino final de la
rata, quién diría que el triste deceso de su historia fuera ignorado
por esa mano que dio vida a célebres personajes de la literatura
universal, pero entonces la rata dejó de roer, casi cuando el hueso
del índice estaba apareciendo, el roedor estiró el cuello y se
puso en alerta y estiró todo su cuerpo para contemplar el mar que
resplandecía en la noche por las llamas saturadas que consumían el
imponente navío, y entonces emergió como un dios una cabeza
piramidal con enormes ojos nerviosos, emergió del mar un caballo de
crines multicolores quien fuera el animal que utilizó el joven Allan
en este su último concierto a bordo de un barco titulado "Equina
sicodelia".
Texto: Facundo Bocanegra
Ilustración: “A la deriva (Tiburones)”, de Winslow Homer
Comentarios
Publicar un comentario