Allan Verse arrancó con eso de la
cabalgada de muy pibe. La vieja (una Santa), conociendo el metejón
del crío por montar la florida cabalgadura del petiso, sostenido
sólo de sus crines brillosas y duras, apeado en el corcoveo
desafiante del animal, terminó por ceder al capricho infantil y le
compró un boleto de calesita.
Allá iba el pequeño Allan, centauro en la pampa maderil y circular. Allá iba, ora brioso como su caballo al grito de ¡Leguizamo, solo!. Ora circunspecto, palito ladeado en el límite izquierdo de una boca desdeñosa rumiando que cuando tira el caballo adelante, el alma tira pa'trás. Ora descubriendo que por una cabeza de un noble potrillo, en que iba montada aquella coqueta y burlona mujer, es posible perder fama, amor y fortuna en una sola vuelta de calesita.
La sortija brillaba en la mano femenina casi tanto como su sonrisa.
Texto: Vivi Núñez
Ilustración: Vikingo Global
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