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Aproximaciones al Arquetipo


1. ANTONIO LAMBERSE (1922-1979). Poeta nacional uruguayo, autor de odas, églogas y triunfos. También reconocido centrojás de Peñarol. Desde su más tierna infancia se sintió inclinado por las letras. Por ello, también se lo conoció como "el itálico". Tanto su dominio del lenguaje como del balón provocaron innumerables dolores a propios y extraños.
Gracias a un documentalista alemán, de paso por Montevideo para estudiar los movimientos migratorios del tero, llegó a vislumbrarse parte de su destreza durante un partido que Peñarol disputó con Huracán Buceo, se cree que a mediados de los años treinta. Como decíamos, sólo se ve parte de su destreza, porque de acuerdo a testigos que aseguran conocer a alguien que la vio, la cinta es muy borrosa y avanza a demasiada velocidad o es muy lenta y por momentos no se puede identificar el deporte que se practica, lo cual es lógico tomando en cuenta la época en que fue tomada, en la que más bien se privilegiaba el espíritu de competencia deportiva y no tanto el apego a las reglas, sean éstas de rugby, fútbol o lucha libre.
No sabemos si fue por esto, o por otra cosa, que antes de morir, ordenó quemar todas sus fotografías. Hizo lo que quiso. O lo que pudo.


2. “…TAMBIÉN NAVEGÓ con el gran Hipólito Bouchard en 1817 acompañándolo en sus embajadas para que se reconozca a la República Argentina como tal. Una intensa amistad surgió entre estos dos admirables hombres que lograron el primer reconocimiento de la República en las islas Hawaii. Se sabe que Don Bouchard, más conocido como el corsario albiceleste, le dio abundante material para sus poemas. A. Lamberse plasmó en sus textos el espíritu aventurero de una época:
‘…sobre la madera curtida
desplegando su velamen
batiéndose en la bravura
navega La Argentina…’”

(Extracto rescatado de la biografía “A. Lamberse: genio y figura” cuyo manuscrito se malogró con la inundación del Paraná de 1858. Documento cedido por la biznieta de A. Lamberse en línea directa materna, Doña Efraína López).


3. EDGAR ALLAN VERSE. EL CORAZÓN DEL ACTOR. Edgar Allan Verse (Paysandú, 1958 – Londres, 2005) fue un escritorpoetacrítico, periodista y actor uruguayo, aunque residió casi toda su vida en la Argentina. Es reconocido como uno de los maestros universales de la improvisación, de la cual fue uno de los primeros practicantes.
Su carrera literaria se iniciaría con un libro de poemas, “Odas, églogas y triunfos improvisados” (1976). A ese volumen pertenecería el poema que lo haría eternamente célebre: “El hornero”. Y el epílogo de tono confesional llamado “El corazón del actor”, donde el versátil sanducero reconoce que es allí en la actuación donde el alma del artista improvisado encuentra el terreno óptimo para desarrollar su arte.
Vivió en varias ciudades (Montevideo, Buenos Aires, San Carlos de Bariloche, Villa La Angostura, Rosario y Londres) en las cuales dictó clases de pintura, literatura, actuación, escultura y canto. Por motivos económicos, pronto dirigió sus esfuerzos a la prosa, escribiendo relatos y crítica literaria para algunos periódicos. Su gran sueño fue siempre editar su propio periódico y/o fundar su propia compañía de teatro, que iban a llamarse (ambas o cualquiera de las dos) “La Improvisación”. Nunca se cumplió.
De su obra ha quedado solamente el recuerdo, las citas y el fruto de sus influencias, las obras de sus admiradores, puntualmente reseñadas por sus múltiples (y a veces contradictorios) biógrafos.
Murió el 7 de octubre de 2005, en la ciudad de Londres, en la Catamarca Argentina, cuando contaba apenas cuarenta y siete años de edad. La causa exacta de su muerte nunca fue aclarada. Se atribuyó al alcohol, a congestión cerebral, cóleradrogasfallo cardíacorabiasuicidiotuberculosis, una pelea improvisada y un sinfín de  causas diversas. Siguiendo un expreso pedido suyo (anterior), se quemaron todas sus fotografías.
En una de sus cartas (dicen) dejó escrito: “Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo. Un honesto deseo de olvidar el futuro, de improvisar, de vivir en el precioso encierro eterno del instante”.

Obra: "La reproducción prohibida", René Magritte.

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