El niño, que luego me enteré se llama Mauro,
comentaba:
-Yo voy a la escuela San Juan Bautista. ¿Vos a qué
escuela vas?
-A la tres cincuenta y tres- Le contestó Mateo
mientras con una palita insistía en profundizar un pozo que ya tenia como
treinta centímetros de profundidad.
-¡No! ¿A qué escuela vas?
-Te dije a la tres cincuenta y tres- Sin levantar la
vista de la arena que lo tenía atrapado.
-Las escuelas no pueden ser un número. ¿Cómo se
llama?
-(Encogiéndose los hombros y sin quitar la vista
del pozo) tres cincuenta y tres.
-Yo voy a cuarto me dieron un montón de tarea para las
vacaciones.
-Uy pobre. Yo pasé a tercero. ¡Mirá encontré una
almeja!!
-¿A vos te gusta religión?
-¡Pa! ¿Qué es religión?- Gritó mateo como si yo
estuviera a media cuadra de distancia y no a escasos veinte centímetros.
-Eso que te hablan de Dios y rezas y después tomás la comunión-
Explicó Mauro como no entendiendo que Mateo no supiera qué es Religión.
-No se- Concentrado en su pozo restándole
importancia a la curiosidad de Mauro
-¿Vos sos cristiano?- Insistió
-Si- Asintió muy seguro Mateo
-Ha- Ahora
si visiblemente mas tranquilo ante la afirmación de su incipiente amigo.
Dejó la palita en el pozo se paró. Se sacudió la
arena arriba mío y dijo muy tranquilamente con una sonrisa cómplice que me
dirigió al pasar:
-Soy cristiano... Cristiano Ronaldo. ¿Vamos al
agua?
Unos días después lo vi a Mateo sólo patear unos tiros
contra el arco formado por unos portones verdes de metal. Verdaderamente eran
enormes, de la altura del alambrado olímpico que rodeaba el terreno lindero a
la casa que alquilábamos. Y del ancho suficiente como para que pase un camión
de los grandes, de los que llevan arena a las obras.
Sobre ese arco, vacio de humanidad, ausente de
golero. Mateo acomoda, con un esmero
desconocido en un niño de ocho a años, la pelota sobre una montañita de tierra.
A unos quince metros del arco, tirado levemente hacia la izquierda.
Mira el arco de reojo como si no le importara mientras su precoz computadora
calcula la distancia, altura del travesaño inexistente, condiciones meteorológicas (aunque no es
necesario la tarde es magnífica no corre una sólo brisa).
Se para. Despega sus escasos noventa centímetros
del piso, levanta la cabeza. Mira el arco con decisión. Toma una distancia de
unos cinco pasos exiguos. Coloca sus manos en la cintura y antes de iniciar la
carrera de encuentro con el balón hace una pausa casi eterna. Luego con su mano
derecha se toca la frente, después
alternativamente cada hombro, se besa el dedo pulgar hecho un puño mientras
murmura algo que no alcanzo a entender.
Entonces pienso al verlo en esa actitud tan mística
que realmente, sin saberlo, es cristiano.
Le entra a la pelota en el hemisferio sur del
balón, éste se eleva girando como un trompo iniciando una elipsis que
definitivamente e inevitablemente finalizarán en el ángulo superior derecho,
lejos del alcance de la caricia de algún golero.
Entonces pienso, mientras la pelota aún continua en
el aire, es Cristiano.
Pero Ronaldo.
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