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Soy Cristiano (de Lucho Solís)

La tarde transcurría sin mayores pretensiones que la de oprimir a las pobres personas que no pudieran refugiarse en alguna sombra. El sol hacía estragos sobre la piel y me obligada a refugiarme bajo la sombrilla azul, que absorbía todo el sol con una avidez despreciable. Lamentablemente no era el único que sufría las inclemencias del sol. Tuve que empujar a mi hija mayor que dormía desparramada ocupando la mayor parte de la sombra, con los auriculares clavados en la oreja. Corrí la heladera vacía y el equipo de mate que seguramente no usaría hasta que el sol nos diera una tregua. Cuando logre un pequeño espacio de sombra para acomodarme, luego de luchar de manera desigual con el perro, llegó mi hijo de ocho años con otro niño  que conoció en la playa, tendría la misma edad. Seguramente había llegado hoy o como mucho ayer porque todavía estaba blanco como recién llegado de Siberia. Como era previsible se acomodaron bajo la sombrilla desplazándome un poco más hacia el sol. Se pusieron a charlar.
El niño, que luego me enteré se llama Mauro, comentaba:
-Yo voy a la escuela San Juan Bautista. ¿Vos a qué escuela vas?
-A la tres cincuenta y tres- Le contestó Mateo mientras con una palita insistía en profundizar un pozo que ya tenia como treinta centímetros de profundidad.
-¡No! ¿A qué escuela vas?
-Te dije a la tres cincuenta y tres- Sin levantar la vista de la arena que lo tenía atrapado.
-Las escuelas no pueden ser un número. ¿Cómo se llama?
-(Encogiéndose los hombros y sin quitar la vista del pozo) tres cincuenta y tres.
-Yo voy a cuarto me dieron un montón de tarea para las vacaciones.
-Uy pobre. Yo pasé a tercero. ¡Mirá encontré una almeja!!
-¿A vos te gusta religión?
-¡Pa! ¿Qué es religión?- Gritó mateo como si yo estuviera a media cuadra de distancia y no a escasos veinte centímetros.
-Eso que te hablan de  Dios y rezas y después tomás la comunión- Explicó Mauro como no entendiendo que Mateo no supiera qué es Religión.
-No se- Concentrado en su pozo restándole importancia a la curiosidad de Mauro
-¿Vos sos cristiano?- Insistió
-Si- Asintió muy seguro Mateo
-Ha-  Ahora si visiblemente mas tranquilo ante la afirmación de su incipiente amigo.
Dejó la palita en el pozo se paró. Se sacudió la arena arriba mío y dijo muy tranquilamente con una sonrisa cómplice que me dirigió al pasar:
-Soy cristiano... Cristiano Ronaldo. ¿Vamos al agua?
Unos días después lo vi a Mateo sólo patear unos tiros contra el arco formado por unos portones verdes de metal. Verdaderamente eran enormes, de la altura del alambrado olímpico que rodeaba el terreno lindero a la casa que alquilábamos. Y del ancho suficiente como para que pase un camión de los grandes, de los que llevan arena a las obras.  
Sobre ese arco, vacio de humanidad, ausente de golero. Mateo acomoda,  con un esmero desconocido en un niño de ocho a años, la pelota sobre una montañita de tierra. A unos quince metros del arco, tirado levemente hacia la izquierda.
Mira el arco de reojo como si  no le importara mientras su precoz computadora calcula la distancia, altura del travesaño inexistente,  condiciones meteorológicas (aunque no es necesario la tarde es magnífica no corre una sólo brisa).
Se para. Despega sus escasos noventa centímetros del piso, levanta la cabeza. Mira el arco con decisión. Toma una distancia de unos cinco pasos exiguos. Coloca sus manos en la cintura y antes de iniciar la carrera de encuentro con el balón hace una pausa casi eterna. Luego con su mano derecha se toca  la frente, después alternativamente cada hombro, se besa el dedo pulgar hecho un puño mientras murmura algo que no alcanzo a entender.
Entonces pienso al verlo en esa actitud tan mística que realmente, sin saberlo, es cristiano.
Le entra a la pelota en el hemisferio sur del balón, éste se eleva girando como un trompo iniciando una elipsis que definitivamente e inevitablemente finalizarán en el ángulo superior derecho, lejos del alcance de la caricia de algún golero.
Entonces pienso, mientras la pelota aún continua en el aire, es Cristiano.
Pero Ronaldo.

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