Ayer, fue mi
primera salida, me levanté temprano, tomé el primer micro para casa y a eso de
las 8 estaba desayunando con la gorda, celebrando los avances de mi
recuperación, charlamos un rato de mis rutinas en la granja y le conté mi plan
de ir al bar, No vayas, Tito, dijo, no tenés que probar nada, vos tenés que
recuperarte y empezar de vuelta. Pero yo tenía que ir y a eso de las 11 llegué
al bar, había bastante gente, faltaba un rato para que largara la primera
carrera, de los muchachos que van durante la semana no había ninguno, salvo
Juan Carlos, que va durante la semana y el domingo también, aunque nunca juega.
El ambiente me resultó hostil, cargado de humo y de tensiones, algunas caras
conocidas me saludaron, y me empezó una opresión en el pecho, un malestar. Hora
de retirarme, me dije, y respiré hondo, varias veces, llenando la panza de aire
como me enseñaron en la granja. Lo vi a Juan Carlos que me miraba desde una
mesa contra la ventana y fui a saludarlo. Me senté y pedí un café, Se te ve
bien, dijo y me preguntó si había estado de vacaciones, Algo así, le dije. Yo
seguía respirando con el estómago y ya estaba calmado, casi alejado de la
situación, me pareció verlo más viejo y un poco inquieto. El mozo trajo mi café
y un whisky, Juan Carlos hizo girar el vaso unas cuantas veces mirándolo fijo, al fin levantó la vista e hizo un gesto
enarcando las cejas con una mirada culposa y supe exactamente lo que sentía. No
jugás, me preguntó, No, le dije, no juego más. La respuesta le cayó mal, me
pareció. Puse los sobrecitos de azúcar sobre la mesa y tomé un sorbo de café.
Me acordé del aire a la panza y respiré. Él tomó de su whisky, con un gesto
severo. Así que te vas de vacaciones, no
jugás más, estamos de cambios, dijo, mirando el vaso frente a su nariz, Espero
que sí, y que me duren, dije yo. Terminó su whisky y levantó el vaso hacia el
mozo que hizo un gesto afirmativo. Miré por la ventana la mañana gris, del otro
lado de la calle un tipo y dos chicos salían con paquetes de una casa de
comidas, me acordé de la gorda, me gustó eso, almorzar con la gorda, que era,
es, mi familia. Terminé el café y llegó el whisky de Juan Carlos. Estaba a
punto de irme cuando dijo, Así que estamos de cambios, ¿qué pasó, las cosas no
te salieron como creías?, tan seguro que parecías de pendejo. Su voz sonó dura,
como un reproche, sentí el impulso de contestarle destempladamente, dudé en
continuar la conversación, al fin llené el estómago de aire y dije, ¿Parecía
seguro?, mirá vos, como engañan las apariencias, otra que seguro, era un
vértigo, que lo parió, no la pasé bien de pendejo. Era la primera persona, fuera de la granja, con la que hablaba de esto,
me sentí un poco vulnerable, expuesto, pero iba en la nueva dirección que me
estaba proponiendo y me dejé ir. Sí, bueno, en ese vértigo que decís hiciste
cagar a otros también, dijo, con la mirada puesta en los giros del hielo, y eso
se paga, ¿no? Levantó la cabeza,
desafiante, supe que estábamos hablando de otra cosa. Me vino una angustia
conocida, cuando me di cuenta estaba respirando cortito y con el estómago
tenso, Porqué lo decís, pregunté, Cómo porqué, Ahora no te acordás de aquella
vez en el club cuando me dijiste que yo era un viejo, un fracasado y no sé
cuantas cosas más, que no me podía casar con Inés, que ella era no sé qué cosa
maravillosa, te olvidaste de todo eso, preguntó. Tomó un trago y apoyó el vaso
con fuerza en la mesa con gesto triunfal, Cuando él lo dijo lo recordé, aunque
no lo había hecho durante todos estos años, pero se ve que él tenía muy
presente aquella escena que le hice en el club. Una mancha más, me sorprendió
que aun le pudiera doler la pantomima de un chico, él ya era un tipo grande en
ese entonces. Me dieron ganas de tomar un whisky y llamé al mozo, Lo esperamos
en silencio, yo no sabía cómo tomar la situación, de golpe se me hizo carne la
recomendación del consejero, No estás para meterte en ese barro todavía, Tito,
no lo vas a poder manejar, la realidad te va a sorprender y te va a arrastrar.
Cuando vino el mozo alcancé a pedir un café. Vos Juan, inquirió el mozo, Traeme
otro dijo Juan y terminó el que tenía, acá tenemos para un rato. Yo tomo el
café y me voy, dije. El mozo fue a
buscar el pedido. No sabía que te había molestado tanto lo que te dije esa vez,
discúlpame, eran celos, que sé yo, pensaba que todo tenía que ser de una
manera, boludeces de pendejo, ya no tiene importancia, Yo me iba a casar con
Inés, dijo, como algo definitivo. Me encogí de hombros, Y yo qué tengo que ver,
dije, Nos hubiéramos casado si no te metías, dijo él, no sé qué le dijiste,
pero nos cagaste. Vos creés que no se casó con vos porque yo le dije algo, estas
completamente equivocado. Yo jamás le dije nada, ni le hubiera dicho nada. Se
sorprendió, me miró como midiendo una profundidad que no había calculado. La
llegada del mozo nos dio un respiro para ubicarnos un poco. Nos quedamos en
silencio un rato. Después de diez años de me decís que no tuviste nada que ver,
dijo al fin, siempre pensé que habías sido vos. Hubo un silencio, Es como haber
estado peleando contra fantasmas, dijo, Bienvenido al club, Juan, dije, mientras
me levantaba para irme.
Foyel Lamberse. Conspicuo marrador,
con incierto oficio, Foyel Lamberse hace trepidar, aquí, los límites impuestos,
en un intento de profanar la decencia amanuense. ¿A qué más palabras? Ya no
sorprende su intención de eternidad.
Legará, a lo más, una frase, a las posteridades posibles.
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