Ir al contenido principal

Lunes 9 – Día 14 (por Foyel Lamberse)



Ayer, fue mi primera salida, me levanté temprano, tomé el primer micro para casa y a eso de las 8 estaba desayunando con la gorda, celebrando los avances de mi recuperación, charlamos un rato de mis rutinas en la granja y le conté mi plan de ir al bar, No vayas, Tito, dijo, no tenés que probar nada, vos tenés que recuperarte y empezar de vuelta. Pero yo tenía que ir y a eso de las 11 llegué al bar, había bastante gente, faltaba un rato para que largara la primera carrera, de los muchachos que van durante la semana no había ninguno, salvo Juan Carlos, que va durante la semana y el domingo también, aunque nunca juega. El ambiente me resultó hostil, cargado de humo y de tensiones, algunas caras conocidas me saludaron, y me empezó una opresión en el pecho, un malestar. Hora de retirarme, me dije, y respiré hondo, varias veces, llenando la panza de aire como me enseñaron en la granja. Lo vi a Juan Carlos que me miraba desde una mesa contra la ventana y fui a saludarlo. Me senté y pedí un café, Se te ve bien, dijo y me preguntó si había estado de vacaciones, Algo así, le dije. Yo seguía respirando con el estómago y ya estaba calmado, casi alejado de la situación, me pareció verlo más viejo y un poco inquieto. El mozo trajo mi café y un whisky, Juan Carlos hizo girar el vaso unas cuantas veces mirándolo fijo,  al fin levantó la vista e hizo un gesto enarcando las cejas con una mirada culposa y supe exactamente lo que sentía. No jugás, me preguntó, No, le dije, no juego más. La respuesta le cayó mal, me pareció. Puse los sobrecitos de azúcar sobre la mesa y tomé un sorbo de café. Me acordé del aire a la panza y respiré. Él tomó de su whisky, con un gesto severo. Así que te vas  de vacaciones, no jugás más, estamos de cambios, dijo, mirando el vaso frente a su nariz, Espero que sí, y que me duren, dije yo. Terminó su whisky y levantó el vaso hacia el mozo que hizo un gesto afirmativo. Miré por la ventana la mañana gris, del otro lado de la calle un tipo y dos chicos salían con paquetes de una casa de comidas, me acordé de la gorda, me gustó eso, almorzar con la gorda, que era, es, mi familia. Terminé el café y llegó el whisky de Juan Carlos. Estaba a punto de irme cuando dijo, Así que estamos de cambios, ¿qué pasó, las cosas no te salieron como creías?, tan seguro que parecías de pendejo. Su voz sonó dura, como un reproche, sentí el impulso de contestarle destempladamente, dudé en continuar la conversación, al fin llené el estómago de aire y dije, ¿Parecía seguro?, mirá vos, como engañan las apariencias, otra que seguro, era un vértigo, que lo parió, no la pasé bien de pendejo. Era la primera persona,  fuera de la granja, con la que hablaba de esto, me sentí un poco vulnerable, expuesto, pero iba en la nueva dirección que me estaba proponiendo y me dejé ir. Sí, bueno, en ese vértigo que decís hiciste cagar a otros también, dijo, con la mirada puesta en los giros del hielo, y eso se paga, ¿no? Levantó  la cabeza, desafiante, supe que estábamos hablando de otra cosa. Me vino una angustia conocida, cuando me di cuenta estaba respirando cortito y con el estómago tenso, Porqué lo decís, pregunté, Cómo porqué, Ahora no te acordás de aquella vez en el club cuando me dijiste que yo era un viejo, un fracasado y no sé cuantas cosas más, que no me podía casar con Inés, que ella era no sé qué cosa maravillosa, te olvidaste de todo eso, preguntó. Tomó un trago y apoyó el vaso con fuerza en la mesa con gesto triunfal, Cuando él lo dijo lo recordé, aunque no lo había hecho durante todos estos años, pero se ve que él tenía muy presente aquella escena que le hice en el club. Una mancha más, me sorprendió que aun le pudiera doler la pantomima de un chico, él ya era un tipo grande en ese entonces. Me dieron ganas de tomar un whisky y llamé al mozo, Lo esperamos en silencio, yo no sabía cómo tomar la situación, de golpe se me hizo carne la recomendación del consejero, No estás para meterte en ese barro todavía, Tito, no lo vas a poder manejar, la realidad te va a sorprender y te va a arrastrar. Cuando vino el mozo alcancé a pedir un café. Vos Juan, inquirió el mozo, Traeme otro dijo Juan y terminó el que tenía, acá tenemos para un rato. Yo tomo el café y me voy, dije. El mozo fue  a buscar el pedido. No sabía que te había molestado tanto lo que te dije esa vez, discúlpame, eran celos, que sé yo, pensaba que todo tenía que ser de una manera, boludeces de pendejo, ya no tiene importancia, Yo me iba a casar con Inés, dijo, como algo definitivo. Me encogí de hombros, Y yo qué tengo que ver, dije, Nos hubiéramos casado si no te metías, dijo él, no sé qué le dijiste, pero nos cagaste. Vos creés que no se casó con vos porque yo le dije algo, estas completamente equivocado. Yo jamás le dije nada, ni le hubiera dicho nada. Se sorprendió, me miró como midiendo una profundidad que no había calculado. La llegada del mozo nos dio un respiro para ubicarnos un poco. Nos quedamos en silencio un rato. Después de diez años de me decís que no tuviste nada que ver, dijo al fin, siempre pensé que habías sido vos. Hubo un silencio, Es como haber estado peleando contra fantasmas, dijo, Bienvenido al club, Juan, dije, mientras me levantaba para irme.

Foyel Lamberse. Conspicuo marrador, con incierto oficio, Foyel Lamberse hace trepidar, aquí, los límites impuestos, en un intento de profanar la decencia amanuense. ¿A qué más palabras? Ya no sorprende su intención de eternidad.  Legará, a lo más, una frase, a las posteridades posibles.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CADÁVER EXQUISITO DE ALLAN VERSE – IN MEMORIAN / Por Vivi Núñez

  Advertencia: todo lo abajo escrito es la verdad, parece... *** Así como hay quienes gustan de embarrarse, putearse, lesionarse corriendo tras una pelota, quienes atraviesan arroyos helados, sotobosque, cumbres, exponiéndose a fracturas, calambres y deshidratación para llegar a una meta, o quienes se sientan durante horas esperando que su oponente haga un movimiento, también existe por el amor al lápiz deslizándose sobre la hoja o el teclado marcándola, creando historias, contando, diciendo, un grupo literario en Villa La Angostura. Definir a Allan Verse es tan improbable como inútil. No puede decirse por ejemplo que se trata de un conjunto estable de participantes. Desde su origen incierto, por cierto, no ha sido otra cosa que un receptáculo de des-miembros aleatorios, ambulantes, inestables. Un cuerpo desmembrado. Ovillos de tendones, arterias, nervios. Se ha dicho ya que su nombre goza de ninguna inscripción en actas bautismales. Lo que deja su identidad gráfica a merced de c

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 6)

Para cuando las ratas subieron al bote, el joven Allan estaba inconciente con media cara hundida en el agua arcillosa que juntaba el interior, eran tres los roedores, uno encaró la oreja izquierda del joven talento, por donde supieron entrar las mas complejas sinfonías de la época, que muy hábil supo descomponer en composiciones propias y las adulaciones más salvajes de inalcanzables doncellas, otra le hociqueó la cara y mordisqueó un pedazo de carne de un pómulo (se dice roer en verdad por eso son roedores), la tercera rata era la más curiosa, lo primero que hizo fue refregar el hocico bigotudo contra el miembro viril sobre la tela fina del traje que aun conservaba, porque esa noche Allan tuvo concierto, después de un movimiento fugaz se acercó a la boca y le mordió el labio, y la sangre que brotó pareció espantarla, una de las manos del joven escritor y compositor fue el destino final de la rata, quién diría que el triste deceso de su historia fuera ignorado por esa mano que dio vid

El Día que Allan Verse se Subió a un Caballo (Escena 11)

Era un fatigado día de otoño, — ¡dije “otoño” y no están llorando! de esos en que el viento corre sin pausa y se lleva las palabras al galope. Imágenes, protuberancias del lenguaje para anticipar      paisaje                                                                                                 y clima inciertos.   Desde tempranito la multitud aclamaba el nombre de Allan, casi poeta (y casi todo) que había logrado conmover a las multitudes soltando sus textos en los bancos de esa misma plaza, en la que ahora era llevado a morir. “Si vivir es parpadear entre abismos, como creo, entonces mi condena hoy puede ser mi gloria cuando me duerma” y “cómo pesan las penas”, pensaba Allan, con la bola de acero en las manos y un aire más bien tristón.   En el centro de la escena estaba sin embargo el prócer, esculpido, montado a su corcel. "Estaba" -digo- porque, como a Allan, ya le quedaba poco. De pronto se oyeron c