La puerta
El perro no vino. Pensé que vendría pero no vino. Me quedé esperando en el umbral de la puerta aspirando la noche sin animarme a cerrar y dejarlo afuera, sin querer quebrar la noche con su nombre. Lo llamo desde adentro moviendo los labios sin emitir sonido. Lo llamo con sentimiento, ferozmente, pero no viene. La oscuridad continúa lisa. Nada viene ni nada va por esta puerta. Estamos detenidos: yo queriendo ser perro y el perro, perro.
Me nombran.
Oigo que me nombran. Tiran desde cada letra de mi nombre hacia el interior de la casa. Me nombran con firmeza, con afecto, con deseo. Me nombran hasta llevarme al lado de la cama, hasta lograr que me acueste, hasta que la luz se apaga.
Sueño con la negritud salvaje de la noche. Sueño con el frío titilante del cielo en mis pulmones. Sueño hasta abrir la puerta.
Laura, abril 2008
Pequeños durmientes
Pequeños durmientes
abrazados a la manta
de mi amor.
Sueños ondulados
expulsan
los monstruos de la noche,
el bosque.
Leenos un cuento de verdad
para no tener miedo
y la palabra
acunada entre brazos y piernas
los lleva indemnes
al despuntar el día
cuando la luz se filtre
y las cosas vuelvan
a la sencillez de su ser
objeto.
Allí estaré nuevamente
besándolos al sol
borrando los últimos
misterios de las
batallas, sellando
el eterno pacto
de restituir el mundo.
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